La procrastinación es una forma de miedo

y es difícil reconocer ese miedo.

La procrastinación, esa tendencia a posponer tareas importantes, a menudo es vista como una simple falta de disciplina o motivación. “Me da palo”, “mejor empiezo mañana”, “hoy no puedo”… son frases que nos decimos para “calmar” parte de este miedo. 
 

Sin embargo, en el fondo, muchas veces la procrastinación es una manera en el que miedo se expresa. Este miedo puede adoptar diferentes formas: miedo al fracaso, miedo a no ser lo suficientemente bueno/a, miedo a que los resultados no sean perfectos, o incluso miedo al éxito y a las responsabilidades que este puede traer. 

Aceptar que la procrastinación es un reflejo de nuestros miedos es difícil.

Reconocer que el retraso no se debe a la pereza, sino a un temor profundo, requiere un nivel de autoconciencia y honestidad que puede ser incómodo. A menudo, es más fácil decirnos que estamos demasiado ocupadas o que necesitamos más tiempo para hacer las cosas “bien”, que enfrentar el miedo que se oculta tras esos comportamientos.

Cuando procrastinamos, lo que realmente estamos haciendo es evitar enfrentarnos a nuestro miedo. Posponemos lo que nos asusta porque, en el fondo, tememos no estar a la altura. Esta evitación nos proporciona un alivio temporal, pero a largo plazo, solo incrementa la ansiedad y el malestar, porque la tarea sigue ahí, pendiente, junto con el miedo que la acompaña. Y en esto gastamos mucha energía. 

Admitir que tenemos miedo es un acto de valentía.

Significa mirarnos a nosotras mismas con compasión y entender que es natural tener dudas y temores. La clave está en no permitir que esos miedos nos paralicen. Al contrario, es importante aprender a trabajar con ellos, a escucharlos sin dejar que dominen nuestras decisiones.

Al comprender que la procrastinación es un síntoma del miedo, podemos comenzar a abordarlo de manera más consciente. En lugar de juzgarnos o castigarnos por postergar, podemos explorar qué es lo que realmente nos detiene. Y en esa exploración, podemos encontrar maneras de avanzar, poco a poco, hacia nuestras metas, incluso con el miedo presente.

Aceptar nuestros miedos es el primer paso para superarlos. Y al hacerlo, descubrimos que somos capaces de mucho más de lo que pensamos. La verdadera transformación ocurre cuando, en lugar de huir de nuestros miedos, los enfrentamos, sabiendo que es en ese enfrentamiento donde reside nuestro crecimiento y nuestra capacidad para crear cosas de valor.

Como le digo a mi hija y me lo repito a mi misma, lo hacemos con miedo. 

Laura del Mar